los jóvenes religiosos tienen deseos de
comunión, no siempre de comunidad
Este triple desafío puede ser positivamente
resuelto con una formación que haga de la historia de cada persona el horizonte
y el camino de auténtica realización humana. La formación debe comprender y
aceptar, además, que la libertad es el valor supremo de la realización humana en
cuanto “terminus a quo”, como punto de partida, pero no como “terminus ad quem”,
porque, al final, el único valor absoluto que está en condiciones de realizar la
maravillosa obra de la plena transformación humana, es el amor. La formación
debe desmitificar la experiencia, esta palabra mágica recurrente, porque lo que
importa no es el Valor de la experiencia, sino la experiencia del Valor que se
debe interiorizar y asimilar.
Finalmente, hay que hablar de una realidad que en
nuestro tiempo implica ir ‘contra corriente’: la formación en la renuncia.
Hablando en paradoja, hay que favorecer la experiencia de la renuncia. Más aún,
jugando con las palabras, diría que no hay que limitarse únicamente a proponer
la experiencia de la renuncia, sino también, en muchas situaciones, es necesaria
la renuncia a la experiencia, una de las cosas más difíciles de comprender y de
aceptar hoy. De aquí la necesidad urgente de formar la libertad interior, que te
permite hacer elecciones valientes y evangélicas y ordenar la vida en torno a
ellas.
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